La historia de la Iglesia debe ser una de las principales fuentes de elaboración de la eclesiología. Así lo hizo Israel, volviendo una y otra vez a leer su pasado a la luz de cada nueva situación, para aprender de los anteriores pasos los que habrían de ser mejor en el presente y en el futuro; es más, para aprender-entre las luces y las sombras del pasado, el presente y el futuro- su propia identidad de pueblo de Dios en el mundo.

La vida eclesial de ayer y de hoy necesita, pues, ser reflexionada desde la fe. Los acontecimientos así reflexionados se hacen espiritualidad, que es lo que en realidad pretende ser este libro. Pero en la convicción de que la espiritualidad no es algo atemporal e inmutable, sino lo más encarnado y circunstanciado, lo más <> del ser creyente y del quehacer teológico. Sólo en la carne, <>, se nos da el único Espíritu que nos interesa, porque es el que hace vivir a nuestra vida. Por eso la espiritualidad tampoco es intimista y subjetiva, sino intrínsecamente comunitaria y eclesial.

Por eso y para eso baja el Autor, teólogo, a la arena de la Historia, no como investigador aséptico de ella, sino para estrujar algo de su savia que ayude a creer, a evitar la repetición de <> y a soportar en la esperanza la crudeza de la realidad.

La memoria de Jesús, subversiva y quemante, pero por ello mismo salvadora, que actúa en la vida de la Iglesia, hace que la propia memoria del pueblo se haga conversiva, porque se reconoce <> y, sin embargo, sostenida por la Fidelidad. Así, ambas memorias convergen en mostrar los caminos por donde Dios llevó y seguirá llevando.